Esta es su historia. Una historia que ha sobrevivido únicamente en los recuerdos de la comunidad, en los testimonios de familias, en archivos dispersos y, ahora, en los esfuerzos recientes por rescatar los últimos vestigios físicos que aún se mantienen en pie. Una historia que une salud, educación, enfermedad, modernidad, trenes, transformaciones rurales y también figuras centrales de la vida política chilena. Una historia que estuvo a punto de desaparecer para siempre, y que hoy lucha por recuperar su lugar en la memoria del valle.
El nacimiento de un sanatorio en el valle de la luz
A comienzos del siglo XX, cuando la tuberculosis, el “mal del siglo”, arrebataba vidas sin distinción de clase ni ciudad, Chile intentó replicar el modelo sanitario europeo de la “cura sanatorial”. En un país sin antibióticos, sin tratamientos farmacológicos eficaces y con sistemas hospitalarios sobrecargados, la medicina higienista proponía una solución: llevar al enfermo a lugares de clima saludable, con aire puro, sol, reposo y un entorno natural que ayudara al cuerpo a resistir.
Fue en ese contexto que la Junta de Beneficencia de La Serena decidió construir un sanatorio en el corazón del valle del Elqui, en el pequeño y luminoso pueblo de Diaguitas, un territorio que reunía, como pocos, las condiciones ideales para este tipo de tratamientos: un clima seco, una atmósfera limpia, altura moderada, baja humedad y una luminosidad que parecía venir directamente de la cordillera.
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| Interior del Sanatorio, imágenes obtenidas gracias a la gestión de Elizabeth "Pinina" Beck |
Hacia 1912, los primeros trabajos comenzaron a darle forma a un recinto concebido con los ideales arquitectónicos de la época. Para la década de 1920, el sanatorio ya se alzaba terminado. Eran chalets de madera de estilo higienista, conectados por galerías abiertas; había terrazas orientadas al sol, donde los pacientes tomaban aire y calor para fortalecer sus pulmones; y jardines que se extendían hacia viñas y huertos. La escena combinaba la serenidad del paisaje rural con la promesa de la medicina moderna. Ahí, entre los cerros que abrazan al valle, el sanatorio parecía una casa de reposo perfecta, casi pictórica. Una arquitectura hecha para sanar.
Pero detrás de esa imagen casi idílica, el sanatorio comenzó a enfrentar su mayor obstáculo: la falta de financiamiento. Mantener un recinto sanitario aislado exigía personal médico permanente, insumos, alimentos, calefacción, enfermeras, aseo, administración. La Beneficencia de La Serena carecía de los fondos estables que se requerían.
Informes de la época (citados luego por la Oficina Sanitaria Panamericana) señalaban que Diaguitas era un establecimiento bien concebido, construido con sentido higienista y emplazado en un lugar idóneo, pero completamente frágil en términos económicos. Los recursos nunca alcanzaron para abrirlo a plena capacidad. No había suficientes médicos. No había suficientes enfermeras. No había presupuesto para equipamiento moderno.
Así, lenta y silenciosamente, el sanatorio comenzó a apagarse. No tuvo una ceremonia de cierre. No tuvo un anuncio oficial. Simplemente, dejó de funcionar a finales de los años 20. Sus pabellones quedaron vacíos. Sus terrazas, sin pacientes. Sus jardines, sin caminantes. Una obra hecha para dar vida empezó a ser devorada por el abandono.
Aunque aislado en su funcionamiento, el sanatorio no estaba desconectado del mundo. A pocos minutos pasaba el histórico Tren Elquino, el ramal ferroviario La Serena–Rivadavia, que recorría el valle llevando trabajadores, maestros, agricultores, comerciantes… y también enfermos que buscaban tratamiento.
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| Escaleras que aun se conservan como acceso al recinto desde un anden donde se detenía el tren elquino. |
Crónicas ferroviarias conservadas en archivos describen viajes hacia “el sanatorio de Diaguitas”, relatando cómo los pasajeros ascendían por un valle que cambiaba de colores según la hora del día: verdes intensos, ocres brillantes, cielos limpios. El tren se detenía en la estación Diaguitas, desde donde los pacientes caminaban o eran trasladados hacia el recinto.
Es fácil imaginar este momento: un enfermo descendiendo del autocarril, mirando las viñas, aspirando el aire seco del valle con la esperanza de que, esta vez, su pecho pudiera respirar sin dolor. El sanatorio no sólo fue un edificio: fue un destino emocional.
Uno de los episodios más significativos y menos conocidos es el que involucra a una de las familias más influyentes de Chile. La tesis de Iván Praetorius (Universidad de Chile, 2005) registra que Miguel Aylwin Gajardo, abogado y juez, padre del posterior Presidente de la República, Patricio Aylwin, sufrió una grave tuberculosis pulmonar. Su tratamiento exigió internación prolongada, reposo absoluto y aire de montaña.
El dato decisivo lo entrega Tomás Aylwin Azócar, en una entrevista realizada el 3 de junio de 2003: Miguel Aylwin se trató específicamente en el Sanatorio de Diaguitas. La familia completa se trasladó hasta el valle para acompañarlo durante su convalecencia. El año era 1923. El pequeño Patricio Aylwin, de apenas cinco años, vivió parte de su infancia en ese pueblo, en ese paisaje, en torno a ese sanatorio.
La historia del recinto, entonces, se entrelaza con la historia política de Chile. Y Diaguitas, silencioso, fue escenario de una fragilidad familiar que marcó a un niño que más tarde marcaría al país.
El renacimiento del recinto: del sanatorio a la escuela
Cuando el sanatorio cerró, su destino parecía incierto. Pero el valle, como tantas veces, transformó el dolor en oportunidad. Lo que el Estado dejó de necesitar en salud, la comunidad lo necesitó en educación.
En 1934, el predio fue reutilizado para fundar la Escuela Granja de Diaguitas, un establecimiento rural que enseñaba lectoescritura, matemáticas, labores agrícolas y formación técnica. Allí donde antes hubo pacientes, ahora había niños. Donde antes hubo silencio, ahora risas. Donde antes hubo reposo, ahora juego.
Las estructuras del sanatorio no fueron demolidas de inmediato. Durante décadas, los chalets originales sirvieron como salas de clases, bodegas, oficinas y casas de profesores. La escalera, diseñada para recibir enfermos, siguió siendo el acceso principal, ahora para estudiantes de zapatos polvorientos y manos manchadas de tiza.
Pocas veces un recinto sanitario ha tenido una segunda vida tan hermosa: se transformó en escuela sin dejar de ser un lugar que cuidaba vidas. La Escuela Granja funcionó durante gran parte del siglo XX y luego dio paso a la actual Escuela Juan Torres Martínez, hoy con un fuerte sello multicultural vinculado a la identidad diaguita.
Con el paso del tiempo, las huellas físicas del sanatorio fueron desvaneciéndose. En los años noventa, los pabellones mayores, ya muy deteriorados y sin protección patrimonial, fueron demolidos para ampliar nuevas instalaciones escolares. La memoria material del sanatorio estuvo a punto de desaparecer.
Fotografías del Sanatorio: Un descubrimiento que ayuda a reconstruir el patrimonio
La memoria del sanatorio pudo haberse perdido por completo de no ser por un hallazgo tan inesperado como decisivo. Fue Pinina Beck, incansable investigadora y guardiana de la memoria local, quien encontró un antiguo álbum fotográfico que contenía imágenes inéditas del Sanatorio de Diaguitas: pacientes tomando sol en las terrazas, médicos de delantal blanco bajo la luz intensa del valle, los chalets higienistas aún nuevos, las galerías abiertas y los jardines que bordeaban el recinto. Ese tesoro visual, conservado en silencio durante décadas, se convirtió en la evidencia más clara y conmovedora de que el sanatorio no era un mito ni un recuerdo borroso, sino un lugar real, con rostros, vidas, historias y arquitectura tangible. Gracias a este descubrimiento, hoy es posible reconstruir con precisión la apariencia del sanatorio, su espíritu, su diseño y su vida cotidiana.
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| Parte de estas estructuras aun se conservan siendo los últimos vestigios del antiguo sanatorio que resisten en pie. El registro corresponde al álbum fotográfico recuperado por Pinina Beck. |
Pero hay algo aún más importante: el hallazgo de Pinina Beck encendió nuevamente la conciencia patrimonial en Diaguitas. La Escuela Juan Torres Martínez, al ver por primera vez las fotografías del lugar donde hoy están sus patios y salas, comprendió la magnitud del legado sobre el que está construida. Desde entonces, con renovada fuerza y convicción, la comunidad escolar ha retomado la idea de recuperar los chalets, proteger la escalera histórica y reivindicar su origen sanatorial, transformando ese álbum fotográfico en el punto de partida de un movimiento genuino para rescatar, finalmente, lo que queda de este fragmento único de la historia del valle del Elqui.
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| Comunidad escolar de la actual escuela Juan Torres Martínez de Diaguitas. |
Pero la historia no terminó ahí. El 24 de noviembre de 2025, El Mercurio publicó un reportaje titulado “Buscan rescatar los últimos vestigios del sanatorio del valle del Elqui”, y la memoria del sanatorio volvió a respirar.
La nota entrevistó a Fresia Flores, profesora de la Escuela Juan Torres Martínez, quien reconoció el deterioro de los chalets y lamentó que ahora “sólo puedan usarse como bodegas”. Aun así, su mensaje fue claro y conmovedor: los chalets son un legado de la historia del pueblo, un patrimonio vivo que no puede desaparecer.
El reportaje, además, señaló que la comunidad escolar sueña con restaurar los chalets, convertirlos en biblioteca, sala multiuso, archivo histórico o espacio cultural. Ese sueño, que durante años existió sólo en conversaciones y en gestos silenciosos, finalmente llegó a los medios nacionales.
Por primera vez, la historia del Sanatorio de Diaguitas dejó de ser un secreto del valle y se convirtió en noticia pública, en un llamado abierto a proteger lo que queda.
Hoy, la posibilidad de recuperar el sanatorio ya no pertenece al reino de lo improbable. La comunidad lo quiere. La prensa lo visibiliza. El lugar lo necesita.
Restaurar esos chalets no sólo implicaría consolidar muros y reparar madera: significaría reconstruir la memoria de un valle. Significaría que los niños de hoy conozcan que su escuela fue, un siglo atrás, un lugar donde se luchaba por respirar. Significaría que Diaguitas honre cada vida que pasó por ese sanatorio, cada familia que esperó, cada enfermo que buscó esperanza en la luz del valle.
El valle del Elqui, con su historia hecha de transparencia y silencio, está frente a un momento decisivo: dejar que los chalets caigan o hacerlos renacer como un espacio que cuente su historia con orgullo.





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