La versión moderna de la leyenda del tesoro de los piratas de Guayacán nace con un libro muy concreto: El tesoro de los piratas de Guayacán. Relación verídica, publicado en 1935 por el ingeniero, etnólogo y arqueólogo Ricardo E. Latcham.
Aunque el título se presenta como “relación verídica”, la obra es hoy clasificada como novela: así la describe, por ejemplo, la ficha de Wikipedia, señalando que relata una supuesta investigación sobre vestigios piratas del siglo XVII hallados cerca del puerto de Coquimbo, con pistas que conducirían a un tesoro enterrado en la bahía de Guayacán. El libro se estructura en cuatro partes: descubrimiento de documentos, investigaciones de Latcham, transcripción de esos papeles y un apéndice sobre Francis Drake. Incluye fotografías de cavernas, ruinas de fortaleza, Playa Blanca y Punta de Cicop, y dibujos de glifos que pretenden darle verosimilitud histórica al relato.
Según el análisis de los arqueólogos Francisco Garrido y Carolina Valenzuela, publicado en 2020 en el Boletín del Museo Chileno de Arte Precolombino, Latcham narra una historia “supuestamente real” pero escrita con estilo novelístico, y no existe en los archivos del Museo Nacional de Historia Natural ninguna evidencia documental que respalde los hallazgos que describe.
Aun así, el libro tuvo éxito (ediciones en 1935, 1976 y 2018) y terminó por originar la leyenda moderna del tesoro de Guayacán, mezclando geografía real con personajes como el pirata hebreo Subatol Deul, su compañero Ruhual Dayo y un supuesto hijo de Francis Drake, Enrique Drake, integrados en la imaginaria “Hermandad de la Bandera Negra”.
De acuerdo con la reconstrucción de Garrido y Valenzuela a partir del propio libro de Latcham, la trama se inicia cuando un campesino llamado Manuel Castro encuentra, en la bahía de Guayacán, una plancha de cobre con inscripciones extrañas y dibujos de carabela, cañón y rosa. Más tarde desentierra una vasija con pergaminos, una “virgen de oro”, navajas españolas, una estrella de plomo de seis puntas y una moneda “del tiempo de Pericles”.
Las traducciones que se le atribuyen a un “traductor de Buenos Aires” hablan de un tesoro enterrado por Subatol Deul, pirata hebreo, y Ruhual Dayo, normando o flamenco, que junto a Enrique Drake formarían la Hermandad de la Bandera Negra con base en la bahía de La Herradura y Guayacán. En estos documentos se describe cómo Deul, tras una derrota frente a una escuadra española, habría enterrado un tesoro junto a un complejo sistema de pistas, pergaminos de piel de nutria y placas de cobre distribuidas por la costa.
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| Portada del libro "El tesoro de los piratas de Guayacán" |
El problema es que, al revisar la documentación histórica y administrativa de Latcham, Garrido y Valenzuela no encuentran respaldo para ninguno de estos hallazgos: no hay comisiones oficiales a Guayacán en las fechas que señala el libro (salvo un viaje de 1929 para comprar fósiles), ni registros de los documentos originales. Concluyen que Latcham “puede prescindir completamente de la cultura material para generar una interpretación histórica verosímil, simplemente fabricando las fuentes”. En otras palabras: el tesoro de Guayacán, tal como aparece en el libro, se mueve en un terreno ambiguo entre literatura de aventuras y uso libre de materiales arqueológicos.
Del libro a la vida real: Hugo Zepeda y las búsquedas en la Pampilla
La pista de cómo esta historia salió del papel y entró a la vida de personajes reales está en el prólogo de la edición 2018 de El tesoro de los piratas de Guayacán, escrito por el teólogo y comunicador Hugo Zepeda Coll. Zepeda Coll recuerda que desde niño oyó hablar del tesoro:
“Mi padre, Hugo Zepeda Barrios, a lo largo de mucho tiempo y hasta su muerte (…) se preocupó en determinar la posible ubicación de este ‘entierro’. Invirtió bastante dinero en seguir derroteros correspondientes a su búsqueda”.
En el mismo prólogo precisa que Latcham trabajó en la zona de Coquimbo y La Herradura a comienzos de los años 30, con la colaboración de un baqueano local, Maximiliano Cortés, cuyo nombre habría sido enmascarado en el libro bajo el seudónimo “Manuel Castro”. Zepeda Coll describe también la geografía de la colina sobre la Pampilla, rumbo a La Herradura, como un paisaje “lunar”, intrincado, donde es muy difícil orientarse, lo que ayudaría a entender por qué los supuestos derroteros del tesoro son tan enredados. En el prólogo se menciona que muchos, incluido su padre, pensaban que los piratas relacionados con el tesoro podían ser los hermanos holandeses Simón y Baltazar Cordes, de origen hebreo, y que parte de la tripulación de barcos que llegaron a la zona habría sido efectivamente holandesa.
El mismo prólogo de Zepeda Coll narra, en primera persona, la llegada de Jaime Galté a la historia del tesoro. Zepeda cuenta que, con todos esos antecedentes, su padre invitó a Coquimbo al “abogado de la Contraloría, Jaime Galté, quien además era profesor de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile”. Lo presenta como conocido por sus “extraordinarias condiciones de médium” y sus curaciones a enfermos terminales mediante un médico suizo-alemán del siglo XIX que lo “tomaba” en trance.
Galté se hospedó en la casa de Eduardo Moukarzel y fue invitado a cenar a casa de los Zepeda. Después de la comida, le pidieron entrar en trance para averiguar datos del tesoro. Acordaron llamar a Simón Cordes, uno de los supuestos piratas. Galté entró en trance, Tomó una pluma y escribió una frase en “lengua flamenca (holandesa)”, Cuando volvió en sí, nadie entendía el texto.
Al día siguiente, por encargo de su padre, Hugo Zepeda Coll llevó el papel a la parroquia de San Luis de Coquimbo, atendida por sacerdotes holandeses. Uno de ellos lo leyó y dijo que era una frase que decía:
“Ese dato pregúntenselo a mi hermano Baltazar”.
Esa misma noche, relata Zepeda, volvieron a cenar Galté y Moukarzel. Estaban también la abuela Cristina Barrios (a quien describe como “gran médium”), y los hermanos Patricio y María Isabel.
Tras la comida, decidieron llamar ahora a Baltazar Cordes. Galté entró en trance junto con Moukarzel y la abuela Cristina, La mesa comenzó a estremecerse; cayeron platos, copas y botellas, “como un temblor que afectaba solo el comedor”, Los presentes en vigilia pidieron a Hugo Zepeda Barrios que pusiera fin al trance.
Cuando todo terminó, cuenta el prólogo, Galté le dijo a su padre que él podía curar enfermos, “pero no servía para encontrar tesoros”. Durante años, la familia bromeó con que quizá debieron haber invocado a Baltazar primero y no a Simón.
Zepeda Coll concluye con una reflexión escéptica: con el tiempo se convencieron de que los hermanos Cordes jamás estuvieron en la zona y que, si el tesoro existió, probablemente fue retirado por quienes lo enterraron. Este testimonio es la principal fuente directa sobre una sesión espiritista concreta de Jaime Galté relacionada con Guayacán.
Con todas las piezas sobre la mesa, y sin inventar nada, se puede decir que: Jaime Galté efectivamente fue llamado a Coquimbo por Hugo Zepeda Barrios para participar en la búsqueda del tesoro, según relata el propio hijo de Zepeda.
Se realizaron sesiones de trance en casa de la familia Zepeda, durante las cuales Galté escribió al menos una frase en holandés atribuida al espíritu de un pirata (Simón Cordes), traducida luego por un sacerdote neerlandés. En una sesión posterior se habría producido un fenómeno colectivo de trance (Galté, Moukarzel y la abuela Cristina) con movimientos de la mesa y caída de vajilla, finalizado a petición de los presentes.
Investigadores actuales, como Fernando Santander, sitúan esas sesiones en el contexto de reuniones más amplias, nocturnas, con radiestesia, donde también participaban Juan Budinic y Zepeda Barrios, y conservan objetos vinculados a Galté. Más allá de eso, no hay documentos publicados por el propio Galté sobre Guayacán, ni registros independientes que confirmen detalles adicionales. La imagen del “médium que intentó hablar con piratas para que le dieran el mapa del tesoro” es una síntesis posterior, construida a partir de estos testimonios y popularizada por notas de prensa, cápsulas audiovisuales y redes sociales.
El tesoro sigue sin aparecer.
La leyenda, en cambio, está hoy más viva y mejor documentada que nunca.


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