Lugares Patrimoniales de La Serena

miércoles, 3 de diciembre de 2025

“Mistral Viva: los Patrimonios celebran el Nobel” convocará a comunidades en homenaje a los 80 años del premio

 


En el marco de la conmemoración de los 80 años del Premio Nobel de Literatura otorgado a Gabriela Mistral, el Servicio Nacional del Patrimonio Cultural en la Región de Coquimbo realizará el encuentro “Mistral Viva: los Patrimonios celebran el Nobel”, una actividad abierta a la comunidad que busca honrar el legado de la poeta a través de diversas expresiones artísticas, culturales y educativas.

La iniciativa ha sido impulsada por el director regional del Servicio Nacional del Patrimonio Cultural, Sr. Enrique Gutiérrez Fonfach, quien extendió una invitación especial a los establecimientos educacionales pertenecientes al Servicio Local de Educación Pública (SLEP), con el fin de fomentar la participación de niñas, niños y jóvenes en una jornada que releva el valor de la literatura, la creatividad y el patrimonio regional.

El encuentro se llevará a cabo el viernes 5 de diciembre, entre las 10:30 y las 14:30 horas, en el frontis de la Delegación Presidencial Regional de Coquimbo, ubicado en calle Prat, entre Matta y Carrera, donde se habilitarán diversos espacios de exhibición, creación y disfrute artístico para todas las edades.

Un programa cultural para toda la comunidad

“Mistral Viva” contempla un completo programa que combina actividades formativas, recreativas y patrimoniales, diseñado para que establecimientos educacionales y público general puedan disfrutar de una experiencia enriquecedora en torno a la figura de Gabriela Mistral.

Entre los espacios destacados se incluyen:

  • Feria Editorial y de Artesanía, con la participación de emprendimientos locales vinculados al libro, la ilustración y oficios tradicionales.

  • Espacio Lector y Préstamo de Libros, habilitado especialmente para acercar el catálogo bibliográfico mistraliano y otras colecciones patrimoniales a las y los estudiantes.

  • Cuenterías y Títeres, actividades orientadas especialmente a niñas y niños del primer ciclo, quienes podrán disfrutar de relatos mistralianos y montajes teatrales educativos.

  • Ludoteca y Talleres Creativos, pensados para estimular la imaginación, el juego y la expresión artística.

  • Música en vivo, con la presentación del reconocido cultor regional Talo Pinto y la participación de la banda de rock Intruders, quienes llevarán al escenario una propuesta musical dirigida al público juvenil.

El programa iniciará puntualmente a las 10:30 horas con una cuentería especialmente preparada para las delegaciones escolares invitadas. Más tarde se desarrollará una función de títeres pensada para niñas y niños del primer ciclo básico, mientras que durante toda la jornada se ofrecerán talleres paralelos, actividades lúdicas y espacios de interacción artística.

Una invitación a acercarse al legado mistraliano

Desde el Servicio Nacional del Patrimonio Cultural – Coquimbo se ha destacado que esta conmemoración no solo busca recordar la obtención del Premio Nobel, sino también poner en valor la presencia viva de Gabriela Mistral en la identidad cultural de la región.

“Invitamos especialmente a los establecimientos del SLEP Cordillera a participar de esta jornada, que ha sido diseñada con actividades significativas para niñas, niños y jóvenes. Creemos que acercarse al legado de Mistral desde el juego, la lectura, el arte y la música es una oportunidad para reforzar nuestra identidad patrimonial y el vínculo de las nuevas generaciones con la cultura”, señala la convocatoria oficial.

El encuentro “Mistral Viva: los Patrimonios celebran el Nobel” se proyecta como uno de los hitos regionales más relevantes dentro de la celebración nacional por los 80 años del reconocimiento internacional otorgado a Gabriela Mistral, reafirmando su vigencia y el rol del patrimonio cultural como herramienta educativa y comunitaria.

lunes, 1 de diciembre de 2025

Fondo Documental de Sotaquí es reconocido por el Programa Memoria del Mundo – UNESCO


El histórico Archivo Parroquial de Sotaquí, uno de los acervos documentales más antiguos y significativos del Valle del Limarí, fue incorporado recientemente al Registro Nacional de la Memoria del Mundo de Chile, programa impulsado por la UNESCO para salvaguardar y visibilizar documentos de alto valor histórico y cultural. Con registros que comienzan en 1648, este fondo se convierte en uno de los testimonios más completos y antiguos de la vida social, religiosa y comunitaria de la zona central de la Región de Coquimbo.


El reconocimiento fue anunciado oficialmente por la Biblioteca Nacional de Chile, institución que destacó la relevancia del conjunto documental y su aporte a la memoria histórica del país. Se trata de la primera vez que un fondo eclesiástico de la región (y uno de los pocos a nivel nacional) es incluido en esta categoría de patrimonio documental.


El Fondo Documental de Sotaquí está compuesto por 11 series que abarcan bautismos, entierros, matrimonios, libros de fábrica, correspondencias, decretos, expedientes matrimoniales, libros históricos y registros administrativos que permiten reconstruir con detalle la evolución demográfica, cultural y religiosa de la localidad.


Este acervo ha sido fundamental para las investigaciones históricas sobre Sotaquí, como las realizadas por el académico Alex Ortiz Núñez en su obra “Sotaquí, su identidad e historia contemporánea”, donde el archivo parroquial se constituyó en una de las fuentes primarias centrales para reconstruir la vida social del pueblo, su evolución urbana y su profunda identidad religiosa.


Con su ingreso al Registro Nacional de la Memoria del Mundo, el archivo suma una nueva capa de protección y reconocimiento. La UNESCO define esta categoría como un resguardo para documentos cuya pérdida sería irreparable para la memoria colectiva de un territorio. En el caso de Sotaquí, su archivo no sólo da cuenta de la vida religiosa, sino también de aspectos civiles y comunitarios que hacen de este fondo un testimonio único.


La institución encargada de su custodia es la Parroquia del Niño Dios de Sotaquí, ubicada en un edificio también protegido: la Iglesia del Niño Dios de Sotaquí, declarada Monumento Nacional en la categoría de Monumento Histórico en 2006, lo que subraya aún más la relevancia patrimonial del conjunto.


Mientras el templo resguarda la memoria material y arquitectónica del lugar, el archivo conserva la memoria documental y espiritual de generaciones completas del Limarí. El vínculo entre ambos elementos lo convierte en uno de los polos patrimoniales más significativos de la comuna de Ovalle.


El reconocimiento Memoria del Mundo llega en un momento en que la comunidad, el Arzobispado de La Serena y diversas instituciones culturales buscan fortalecer la puesta en valor del territorio y su identidad. El acervo documental de Sotaquí es clave para comprender procesos coloniales, republicanos y contemporáneos; la devoción al Niño Dios; la expansión agrícola del Limarí; y prácticas religiosas que han perdurado por siglos.


Al mismo tiempo, este reconocimiento impulsa la necesidad de conservación, digitalización y acceso público, abriendo la puerta a futuros proyectos de investigación, educación patrimonial y difusión cultural.


La inclusión del Archivo Parroquial de Sotaquí en el Registro Memoria del Mundo no sólo es un homenaje al valor documental del fondo, sino también a la comunidad que lo ha protegido durante casi cuatro siglos. Sus páginas revelan genealogías, transformaciones sociales, devociones, tensiones políticas, catástrofes y celebraciones que marcaron la historia del territorio.


A partir de ahora, este acervo se consolida como uno de los conjuntos documentales más relevantes de la Región de Coquimbo, posicionando a Sotaquí como un punto clave en la cartografía patrimonial del país.

viernes, 28 de noviembre de 2025

Escuela de Diaguitas busca recuperar los restos del antiguo sanatorio Elquino


Quien sube hoy la escalera de hormigón que conduce a la Escuela Juan Torres Martínez difícilmente podría imaginar que cada peldaño fue, hace cien años, la antesala del silencio, la cura y la esperanza. Esos escalones, que hoy pisan estudiantes con mochilas y cuadernos, alguna vez sostuvieron los pasos temblorosos de enfermos de tuberculosis que llegaban buscando aire puro y una oportunidad para seguir viviendo. Hoy, sin embargo, la mayoría de quienes caminan por allí desconoce que bajo sus pies se encuentra el corazón latente de uno de los recintos sanitarios más singulares que existió en el norte de Chile: el Sanatorio Antituberculoso de Diaguitas.

Esta es su historia. Una historia que ha sobrevivido únicamente en los recuerdos de la comunidad, en los testimonios de familias, en archivos dispersos y, ahora, en los esfuerzos recientes por rescatar los últimos vestigios físicos que aún se mantienen en pie. Una historia que une salud, educación, enfermedad, modernidad, trenes, transformaciones rurales y también figuras centrales de la vida política chilena. Una historia que estuvo a punto de desaparecer para siempre, y que hoy lucha por recuperar su lugar en la memoria del valle.


El nacimiento de un sanatorio en el valle de la luz


A comienzos del siglo XX, cuando la tuberculosis, el “mal del siglo”, arrebataba vidas sin distinción de clase ni ciudad, Chile intentó replicar el modelo sanitario europeo de la “cura sanatorial”. En un país sin antibióticos, sin tratamientos farmacológicos eficaces y con sistemas hospitalarios sobrecargados, la medicina higienista proponía una solución: llevar al enfermo a lugares de clima saludable, con aire puro, sol, reposo y un entorno natural que ayudara al cuerpo a resistir.


Fue en ese contexto que la Junta de Beneficencia de La Serena decidió construir un sanatorio en el corazón del valle del Elqui, en el pequeño y luminoso pueblo de Diaguitas, un territorio que reunía, como pocos, las condiciones ideales para este tipo de tratamientos: un clima seco, una atmósfera limpia, altura moderada, baja humedad y una luminosidad que parecía venir directamente de la cordillera.


Interior del Sanatorio, imágenes obtenidas gracias a la gestión de Elizabeth "Pinina" Beck

Hacia 1912, los primeros trabajos comenzaron a darle forma a un recinto concebido con los ideales arquitectónicos de la época. Para la década de 1920, el sanatorio ya se alzaba terminado. Eran chalets de madera de estilo higienista, conectados por galerías abiertas; había terrazas orientadas al sol, donde los pacientes tomaban aire y calor para fortalecer sus pulmones; y jardines que se extendían hacia viñas y huertos. La escena combinaba la serenidad del paisaje rural con la promesa de la medicina moderna. Ahí, entre los cerros que abrazan al valle, el sanatorio parecía una casa de reposo perfecta, casi pictórica. Una arquitectura hecha para sanar.


Pero detrás de esa imagen casi idílica, el sanatorio comenzó a enfrentar su mayor obstáculo: la falta de financiamiento. Mantener un recinto sanitario aislado exigía personal médico permanente, insumos, alimentos, calefacción, enfermeras, aseo, administración. La Beneficencia de La Serena carecía de los fondos estables que se requerían.


Informes de la época (citados luego por la Oficina Sanitaria Panamericana) señalaban que Diaguitas era un establecimiento bien concebido, construido con sentido higienista y emplazado en un lugar idóneo, pero completamente frágil en términos económicos. Los recursos nunca alcanzaron para abrirlo a plena capacidad. No había suficientes médicos. No había suficientes enfermeras. No había presupuesto para equipamiento moderno.


Así, lenta y silenciosamente, el sanatorio comenzó a apagarse. No tuvo una ceremonia de cierre. No tuvo un anuncio oficial. Simplemente, dejó de funcionar a finales de los años 20. Sus pabellones quedaron vacíos. Sus terrazas, sin pacientes. Sus jardines, sin caminantes. Una obra hecha para dar vida empezó a ser devorada por el abandono.


Aunque aislado en su funcionamiento, el sanatorio no estaba desconectado del mundo. A pocos minutos pasaba el histórico Tren Elquino, el ramal ferroviario La Serena–Rivadavia, que recorría el valle llevando trabajadores, maestros, agricultores, comerciantes… y también enfermos que buscaban tratamiento.


Escaleras que aun se conservan como acceso al recinto desde un anden donde se detenía el tren elquino. 

Crónicas ferroviarias conservadas en archivos describen viajes hacia “el sanatorio de Diaguitas”, relatando cómo los pasajeros ascendían por un valle que cambiaba de colores según la hora del día: verdes intensos, ocres brillantes, cielos limpios. El tren se detenía en la estación Diaguitas, desde donde los pacientes caminaban o eran trasladados hacia el recinto.


Es fácil imaginar este momento: un enfermo descendiendo del autocarril, mirando las viñas, aspirando el aire seco del valle con la esperanza de que, esta vez, su pecho pudiera respirar sin dolor. El sanatorio no sólo fue un edificio: fue un destino emocional.


Uno de los episodios más significativos y menos conocidos es el que involucra a una de las familias más influyentes de Chile. La tesis de Iván Praetorius (Universidad de Chile, 2005) registra que Miguel Aylwin Gajardo, abogado y juez, padre del posterior Presidente de la República, Patricio Aylwin, sufrió una grave tuberculosis pulmonar. Su tratamiento exigió internación prolongada, reposo absoluto y aire de montaña.


El dato decisivo lo entrega Tomás Aylwin Azócar, en una entrevista realizada el 3 de junio de 2003: Miguel Aylwin se trató específicamente en el Sanatorio de Diaguitas. La familia completa se trasladó hasta el valle para acompañarlo durante su convalecencia. El año era 1923. El pequeño Patricio Aylwin, de apenas cinco años, vivió parte de su infancia en ese pueblo, en ese paisaje, en torno a ese sanatorio.


La historia del recinto, entonces, se entrelaza con la historia política de Chile. Y Diaguitas, silencioso, fue escenario de una fragilidad familiar que marcó a un niño que más tarde marcaría al país.


El renacimiento del recinto: del sanatorio a la escuela


Cuando el sanatorio cerró, su destino parecía incierto. Pero el valle, como tantas veces, transformó el dolor en oportunidad. Lo que el Estado dejó de necesitar en salud, la comunidad lo necesitó en educación.


En 1934, el predio fue reutilizado para fundar la Escuela Granja de Diaguitas, un establecimiento rural que enseñaba lectoescritura, matemáticas, labores agrícolas y formación técnica. Allí donde antes hubo pacientes, ahora había niños. Donde antes hubo silencio, ahora risas. Donde antes hubo reposo, ahora juego.


Las estructuras del sanatorio no fueron demolidas de inmediato. Durante décadas, los chalets originales sirvieron como salas de clases, bodegas, oficinas y casas de profesores. La escalera, diseñada para recibir enfermos, siguió siendo el acceso principal, ahora para estudiantes de zapatos polvorientos y manos manchadas de tiza.


Pocas veces un recinto sanitario ha tenido una segunda vida tan hermosa: se transformó en escuela sin dejar de ser un lugar que cuidaba vidas. La Escuela Granja funcionó durante gran parte del siglo XX y luego dio paso a la actual Escuela Juan Torres Martínez, hoy con un fuerte sello multicultural vinculado a la identidad diaguita.


Con el paso del tiempo, las huellas físicas del sanatorio fueron desvaneciéndose. En los años noventa, los pabellones mayores, ya muy deteriorados y sin protección patrimonial, fueron demolidos para ampliar nuevas instalaciones escolares. La memoria material del sanatorio estuvo a punto de desaparecer.


Fotografías del Sanatorio: Un descubrimiento que ayuda a reconstruir el patrimonio


La memoria del sanatorio pudo haberse perdido por completo de no ser por un hallazgo tan inesperado como decisivo. Fue Pinina Beck, incansable investigadora y guardiana de la memoria local, quien encontró un antiguo álbum fotográfico que contenía imágenes inéditas del Sanatorio de Diaguitas: pacientes tomando sol en las terrazas, médicos de delantal blanco bajo la luz intensa del valle, los chalets higienistas aún nuevos, las galerías abiertas y los jardines que bordeaban el recinto. Ese tesoro visual, conservado en silencio durante décadas, se convirtió en la evidencia más clara y conmovedora de que el sanatorio no era un mito ni un recuerdo borroso, sino un lugar real, con rostros, vidas, historias y arquitectura tangible. Gracias a este descubrimiento, hoy es posible reconstruir con precisión la apariencia del sanatorio, su espíritu, su diseño y su vida cotidiana.


Parte de estas estructuras aun se conservan siendo los últimos vestigios del antiguo sanatorio que resisten en pie. El registro corresponde al álbum fotográfico recuperado por Pinina Beck.

Pero hay algo aún más importante: el hallazgo de Pinina Beck encendió nuevamente la conciencia patrimonial en Diaguitas. La Escuela Juan Torres Martínez, al ver por primera vez las fotografías del lugar donde hoy están sus patios y salas, comprendió la magnitud del legado sobre el que está construida. Desde entonces, con renovada fuerza y convicción, la comunidad escolar ha retomado la idea de recuperar los chalets, proteger la escalera histórica y reivindicar su origen sanatorial, transformando ese álbum fotográfico en el punto de partida de un movimiento genuino para rescatar, finalmente, lo que queda de este fragmento único de la historia del valle del Elqui.


Comunidad escolar de la actual escuela Juan Torres Martínez de Diaguitas.

Pero la historia no terminó ahí. El 24 de noviembre de 2025, El Mercurio publicó un reportaje titulado “Buscan rescatar los últimos vestigios del sanatorio del valle del Elqui”, y la memoria del sanatorio volvió a respirar.


La nota entrevistó a Fresia Flores, profesora de la Escuela Juan Torres Martínez, quien reconoció el deterioro de los chalets y lamentó que ahora “sólo puedan usarse como bodegas”. Aun así, su mensaje fue claro y conmovedor: los chalets son un legado de la historia del pueblo, un patrimonio vivo que no puede desaparecer.


El reportaje, además, señaló que la comunidad escolar sueña con restaurar los chalets, convertirlos en biblioteca, sala multiuso, archivo histórico o espacio cultural. Ese sueño, que durante años existió sólo en conversaciones y en gestos silenciosos, finalmente llegó a los medios nacionales.


Por primera vez, la historia del Sanatorio de Diaguitas dejó de ser un secreto del valle y se convirtió en noticia pública, en un llamado abierto a proteger lo que queda.


Hoy, la posibilidad de recuperar el sanatorio ya no pertenece al reino de lo improbable. La comunidad lo quiere. La prensa lo visibiliza. El lugar lo necesita.


Restaurar esos chalets no sólo implicaría consolidar muros y reparar madera: significaría reconstruir la memoria de un valle. Significaría que los niños de hoy conozcan que su escuela fue, un siglo atrás, un lugar donde se luchaba por respirar. Significaría que Diaguitas honre cada vida que pasó por ese sanatorio, cada familia que esperó, cada enfermo que buscó esperanza en la luz del valle.


El valle del Elqui, con su historia hecha de transparencia y silencio, está frente a un momento decisivo: dejar que los chalets caigan o hacerlos renacer como un espacio que cuente su historia con orgullo.

lunes, 24 de noviembre de 2025

Jaime Galté y la búsqueda del tesoro de Guayacán


La versión moderna de la leyenda del tesoro de los piratas de Guayacán nace con un libro muy concreto: El tesoro de los piratas de Guayacán. Relación verídica, publicado en 1935 por el ingeniero, etnólogo y arqueólogo Ricardo E. Latcham.

Aunque el título se presenta como “relación verídica”, la obra es hoy clasificada como novela: así la describe, por ejemplo, la ficha de Wikipedia, señalando que relata una supuesta investigación sobre vestigios piratas del siglo XVII hallados cerca del puerto de Coquimbo, con pistas que conducirían a un tesoro enterrado en la bahía de Guayacán. El libro se estructura en cuatro partes: descubrimiento de documentos, investigaciones de Latcham, transcripción de esos papeles y un apéndice sobre Francis Drake. Incluye fotografías de cavernas, ruinas de fortaleza, Playa Blanca y Punta de Cicop, y dibujos de glifos que pretenden darle verosimilitud histórica al relato.

Según el análisis de los arqueólogos Francisco Garrido y Carolina Valenzuela, publicado en 2020 en el Boletín del Museo Chileno de Arte Precolombino, Latcham narra una historia “supuestamente real” pero escrita con estilo novelístico, y no existe en los archivos del Museo Nacional de Historia Natural ninguna evidencia documental que respalde los hallazgos que describe.

Ricardo Latcham Cartwright

Aun así, el libro tuvo éxito (ediciones en 1935, 1976 y 2018) y terminó por originar la leyenda moderna del tesoro de Guayacán, mezclando geografía real con personajes como el pirata hebreo Subatol Deul, su compañero Ruhual Dayo y un supuesto hijo de Francis Drake, Enrique Drake, integrados en la imaginaria “Hermandad de la Bandera Negra”.

De acuerdo con la reconstrucción de Garrido y Valenzuela a partir del propio libro de Latcham, la trama se inicia cuando un campesino llamado Manuel Castro encuentra, en la bahía de Guayacán, una plancha de cobre con inscripciones extrañas y dibujos de carabela, cañón y rosa. Más tarde desentierra una vasija con pergaminos, una “virgen de oro”, navajas españolas, una estrella de plomo de seis puntas y una moneda “del tiempo de Pericles”.

Las traducciones que se le atribuyen a un “traductor de Buenos Aires” hablan de un tesoro enterrado por Subatol Deul, pirata hebreo, y Ruhual Dayo, normando o flamenco, que junto a Enrique Drake formarían la Hermandad de la Bandera Negra con base en la bahía de La Herradura y Guayacán. En estos documentos se describe cómo Deul, tras una derrota frente a una escuadra española, habría enterrado un tesoro junto a un complejo sistema de pistas, pergaminos de piel de nutria y placas de cobre distribuidas por la costa.

Portada del libro "El tesoro de los piratas de Guayacán"

El problema es que, al revisar la documentación histórica y administrativa de Latcham, Garrido y Valenzuela no encuentran respaldo para ninguno de estos hallazgos: no hay comisiones oficiales a Guayacán en las fechas que señala el libro (salvo un viaje de 1929 para comprar fósiles), ni registros de los documentos originales. Concluyen que Latcham “puede prescindir completamente de la cultura material para generar una interpretación histórica verosímil, simplemente fabricando las fuentes”. En otras palabras: el tesoro de Guayacán, tal como aparece en el libro, se mueve en un terreno ambiguo entre literatura de aventuras y uso libre de materiales arqueológicos.


Del libro a la vida real: Hugo Zepeda y las búsquedas en la Pampilla

La pista de cómo esta historia salió del papel y entró a la vida de personajes reales está en el prólogo de la edición 2018 de El tesoro de los piratas de Guayacán, escrito por el teólogo y comunicador Hugo Zepeda Coll. Zepeda Coll recuerda que desde niño oyó hablar del tesoro:

 “Mi padre, Hugo Zepeda Barrios, a lo largo de mucho tiempo y hasta su muerte (…) se preocupó en determinar la posible ubicación de este ‘entierro’. Invirtió bastante dinero en seguir derroteros correspondientes a su búsqueda”.

Hugo Zepeda Barrios

En el mismo prólogo precisa que Latcham trabajó en la zona de Coquimbo y La Herradura a comienzos de los años 30, con la colaboración de un baqueano local, Maximiliano Cortés, cuyo nombre habría sido enmascarado en el libro bajo el seudónimo “Manuel Castro”. Zepeda Coll describe también la geografía de la colina sobre la Pampilla, rumbo a La Herradura, como un paisaje “lunar”, intrincado, donde es muy difícil orientarse, lo que ayudaría a entender por qué los supuestos derroteros del tesoro son tan enredados. En el prólogo se menciona que muchos, incluido su padre, pensaban que los piratas relacionados con el tesoro podían ser los hermanos holandeses Simón y Baltazar Cordes, de origen hebreo, y que parte de la tripulación de barcos que llegaron a la zona habría sido efectivamente holandesa.

El mismo prólogo de Zepeda Coll narra, en primera persona, la llegada de Jaime Galté a la historia del tesoro. Zepeda cuenta que, con todos esos antecedentes, su padre invitó a Coquimbo al “abogado de la Contraloría, Jaime Galté, quien además era profesor de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile”. Lo presenta como conocido por sus “extraordinarias condiciones de médium” y sus curaciones a enfermos terminales mediante un médico suizo-alemán del siglo XIX que lo “tomaba” en trance.

Galté se hospedó en la casa de Eduardo Moukarzel y fue invitado a cenar a casa de los Zepeda. Después de la comida, le pidieron entrar en trance para averiguar datos del tesoro. Acordaron llamar a Simón Cordes, uno de los supuestos piratas. Galté entró en trance, Tomó una pluma y escribió una frase en “lengua flamenca (holandesa)”, Cuando volvió en sí, nadie entendía el texto.

Al día siguiente, por encargo de su padre, Hugo Zepeda Coll llevó el papel a la parroquia de San Luis de Coquimbo, atendida por sacerdotes holandeses. Uno de ellos lo leyó y dijo que era una frase que decía:

“Ese dato pregúntenselo a mi hermano Baltazar”.

Esa misma noche, relata Zepeda, volvieron a cenar Galté y Moukarzel. Estaban también la abuela Cristina Barrios (a quien describe como “gran médium”), y los hermanos Patricio y María Isabel.
Tras la comida, decidieron llamar ahora a Baltazar Cordes. Galté entró en trance junto con Moukarzel y la abuela Cristina, La mesa comenzó a estremecerse; cayeron platos, copas y botellas, “como un temblor que afectaba solo el comedor”, Los presentes en vigilia pidieron a Hugo Zepeda Barrios que pusiera fin al trance.

Cuando todo terminó, cuenta el prólogo, Galté le dijo a su padre que él podía curar enfermos, “pero no servía para encontrar tesoros”. Durante años, la familia bromeó con que quizá debieron haber invocado a Baltazar primero y no a Simón.

Hugo Zepeda Coll

Zepeda Coll concluye con una reflexión escéptica: con el tiempo se convencieron de que los hermanos Cordes jamás estuvieron en la zona y que, si el tesoro existió, probablemente fue retirado por quienes lo enterraron. Este testimonio es la principal fuente directa sobre una sesión espiritista concreta de Jaime Galté relacionada con Guayacán.

Con todas las piezas sobre la mesa, y sin inventar nada, se puede decir que: Jaime Galté efectivamente fue llamado a Coquimbo por Hugo Zepeda Barrios para participar en la búsqueda del tesoro, según relata el propio hijo de Zepeda.

Se realizaron sesiones de trance en casa de la familia Zepeda, durante las cuales Galté escribió al menos una frase en holandés atribuida al espíritu de un pirata (Simón Cordes), traducida luego por un sacerdote neerlandés. En una sesión posterior se habría producido un fenómeno colectivo de trance (Galté, Moukarzel y la abuela Cristina) con movimientos de la mesa y caída de vajilla, finalizado a petición de los presentes.

Investigadores actuales, como Fernando Santander, sitúan esas sesiones en el contexto de reuniones más amplias, nocturnas, con radiestesia, donde también participaban Juan Budinic y Zepeda Barrios, y conservan objetos vinculados a Galté. Más allá de eso, no hay documentos publicados por el propio Galté sobre Guayacán, ni registros independientes que confirmen detalles adicionales. La imagen del “médium que intentó hablar con piratas para que le dieran el mapa del tesoro” es una síntesis posterior, construida a partir de estos testimonios y popularizada por notas de prensa, cápsulas audiovisuales y redes sociales.

El tesoro sigue sin aparecer.
La leyenda, en cambio, está hoy más viva y mejor documentada que nunca.

Jaime Galté; el medium que contactó a los náufragos del Itata

Jaime Galté Carré (1903–1965) fue muchas cosas a la vez: abogado, profesor de Derecho Procesal, masón, parapsicólogo, fundador de la Sociedad Chilena de Parapsicología y, sobre todo, el médium más famoso del país según quienes lo conocieron. Su trayectoria lo sitúa en Santiago y Valparaíso, en la Universidad de Chile y en la Contraloría; pero una parte decisiva de su leyenda está anclada en la Región de Coquimbo: el naufragio del vapor Itata, que había zarpado desde Coquimbo y que se hundió a las pocas horas de su zarpe causando la muerte de casi 400 victimas, fue el contexto en el cual Galté realizó una de sus primeros, pero el mas trascendental de sus transes. 

El vapor Itata: el gran naufragio coquimbano

El vapor Itata fue construido en 1873 en los astilleros R & J Evans & Co. de Liverpool. Era un casco de hierro de proa tipo clíper, de 88 metros de eslora y 1.776,5 toneladas de registro. Podía transportar más de 400 pasajeros y gran cantidad de carga viva y seca.


Llegó a Chile en 1874 y perteneció a la Compañía Sudamericana de Vapores. Durante la Guerra del Pacífico fue arrendado a la Armada, donde participó como transporte en campañas claves; Pisagua, Tacna, Arica, Mollendo, Lima y luego siguió en servicio como nave mercante de pasajeros y carga. A comienzos del siglo XX se le hicieron modificaciones: se le añadieron camarotes y superestructuras para mejorar el estándar de los pasajeros. Ese aumento de volumen sobre cubierta elevaría su centro de gravedad y reduciría la estabilidad, un dato técnico que años más tarde muchos asociarían al desastre.

El 28 de agosto de 1922, el Itata zarpó desde el puerto de Coquimbo rumbo a Antofagasta. Según las fuentes históricas llevaba entre 374 y más de 450 personas a bordo, entre pasajeros y tripulación, la mayoría familias pobres de la región que viajaban hacia las salitreras del norte en busca de trabajo.

Su carga incluía miles de sacos de cemento, cebada, fardos y animales vivos (corderos y vacunos), lo que aumentaba considerablemente el peso de la nave. Poco después de zarpar, frente a la costa de la actual comuna de La Higuera (sector de Punta de Choros / Los Choros) el buque enfrentó mar gruesa y fuerte viento sur. En cuestión de muy pocos minutos, la combinación de temporal y sobrecarga hizo lo suyo: el Itata perdió estabilidad, escoró bruscamente y se hundió. Las fuentes coinciden en una tragedia fulminante: más de 400 personas fallecidas, solo 26 sobrevivientes, que consiguieron llegar a playa Los Choros en un bote o aferrados a restos de la nave.

La memoria local de Los Choros conserva incluso el relato de una “luz milagrosa” que habría guiado a los sobrevivientes hacia la costa, interpretada como intervención de San José, patrono del pueblo.


Jaime Galté y el contacto con un naufrago del Itata

Sin embargo a varios kilómetros al sur del lugar de la tragedia, a la misma hora en que la primera ola azotaba la embarcación, Jaime Galté comenzaba a experimentar una de sus primeras y mas controversiales experiencias en la conexión con las almas de quiénes partieron antes. La escena de esta sesión y contacto se desarrolla en Valparaíso, el mismo 28 de agosto de 1922, y es versión más detallada del episodio está recogida por Francisco Gamboa Galté, familiar y biógrafo del médium, en la web dedicada a su vida.

Galté viajaba a Valparaíso por asuntos de trámite. En el tren entabló conversación con otro pasajero, quien quedó impresionado por un sueño premonitorio que el joven Jaime le relató sobre su propio padre. Ese acompañante, convencido de que estaba frente a un médium auténtico, lo persuadió de ir juntos a la Intendencia porteña para “poner a prueba” sus capacidades.

En la Intendencia lo recibieron en el despacho de la máxima autoridad provincial, junto a algunos funcionarios. Le pidieron que se sentara, que se concentrara, que pusiera “la mente en blanco”. Jaime aceptó. Según ese mismo relato, Galté contó que “súbitamente perdió el conocimiento”. Cuando volvió en sí, el intendente se paseaba agitado de un lado a otro y le dijo: “Mire lo que acaba de escribir en un papel”.

En la hoja, escrita con su propia mano pero con una letra que no reconocía como suya, se leía:

“Soy Froilán González. Soy una persona que acaba de morir en el hundimiento del vapor Itata.
Por favor vaya a mi casa del Cerro Barón.
En el segundo cajón de la cómoda que se encuentra en el dormitorio, encontrará una cajita en cuyo interior hay 200 pesos. Entréguele cien de ellos a mi madre y los otros cien a mi mujer”.

La reacción inmediata fue el escepticismo. El intendente comenzó a llamar a las autoridades marítimas y a la compañía naviera. Las respuestas, en ese mismo momento, eran tranquilizadoras:

El Itata navega normalmente frente a Coquimbo”.

Con esa información, la autoridad dio por desacertado el trance. Le ofreció la mano a Galté, lo despidió cortésmente y volvió a sus tareas. El joven médium bajó la escalinata de la Intendencia junto a su acompañante del tren. Minutos más tarde, al pasar frente a la sede del diario El Mercurio de Valparaíso, presenciaron la escena que haría célebre el episodio:

“Un empleado sacaba una pizarra y empezaba a escribir: Hace unos pocos minutos el barco Itata se hundió…”.

El mensaje recién escrito bajo trance se transformó así en comunicación inmediata con una víctima del naufragio, antes de que la noticia se diera oficialmente por la prensa y la naviera siguiera creyendo que la nave navegaba “con normalidad”.


Luego vino la comprobación. Según la misma fuente, quienes habían participado de la sesión corrieron a la empresa naviera para preguntar por el nombre del firmante. Allí confirmaron que Froilán González aparecía en la lista de tripulantes como ayudante de cocina del Itata. Posteriormente se dirigieron a la dirección indicada en Cerro Barón, en Valparaíso. En la casa, en el dormitorio señalado, en el segundo cajón de la cómoda, encontraron efectivamente una cajita con 200 pesos, que entregaron a la madre y a la esposa del fallecido, tal como pedía el escrito.

Con este encadenamiento de hechos (trance, mensaje, noticia en la pizarra, verificación del nombre en la tripulación y hallazgo del dinero) el caso del Itata se convirtió en la historia paradigmática de la mediumnidad de Jaime Galté. No es solo que “vio hundirse” el barco: según los relatos, fue contactado en el acto por uno de sus muertos, en el mismo día del naufragio y a cientos de kilómetros del lugar del desastre.

El propio texto biográfico donde se recoge el relato del trance inserta el episodio en el contexto de la catástrofe coquimbana:

 “El vapor Itata, con 400 pasajeros a bordo, en su mayoría familias que se dirigían al norte a probar suerte en la industria del salitre, zarpó ese día desde el puerto de Coquimbo.
Los escalofriantes relatos de los 26 sobrevivientes que lograron llegar hasta la playa de Los Choros y la localización de sus restos hoy son parte de un proyecto patrimonial desarrollado por un grupo de profesionales de la región”.

A cien años del naufragio, la región de Coquimbo ha levantado memoriales y proyectos de investigación arqueológica subacuática para documentar el pecio y rescatar la memoria de las víctimas.

En ese entramado de memoria local, familias, sobrevivientes, historias de luces milagrosas en Los Choros, investigaciones actuales, la figura de Galté se suma como un componente singular: un personaje de la historia nacional vinculado de manera directa a la tragedia más grande ocurrida frente a nuestras costas.

martes, 28 de octubre de 2025

La historia revive en el cementerio de la Serena, vuelve La Ruta de Patrimonio Funerario

 

Bajo el amparo de la luna y el eco de las historias antiguas, el Cementerio General de La Serena volverá a transformarse en escenario de memoria y patrimonio con la nueva Ruta del Patrimonio Funerario, una experiencia patrimonial guiada, creada y dirigida por el profesor Raúl Campos Vega, docente, intérprete patrimonial y gestor cultural con más de veinte años dedicados a la investigación histórica de la zona semiárida chilena.


Este recorrido, que se desarrollará el miércoles 29 de octubre, busca rescatar el valor cultural, arquitectónico y humano del principal camposanto serenense, ofreciendo una mirada respetuosa, emotiva y educativa sobre el legado de las familias, personajes y símbolos que habitan sus muros.


Un legado que abrió camino

Raúl Campos Vega fue el creador del proyecto “Visitas Teatralizadas al Cementerio General de La Serena”, desarrollado entre 2015 y 2021, una experiencia pionera en Chile que unió historia, arte y recreación para acercar al público a la memoria urbana. Gracias a ese trabajo, el cementerio serenense se posicionó como un referente nacional en interpretación del patrimonio funerario, marcando un antes y un después en la gestión cultural local.

Los actuales proyectos municipales vinculados al cementerio, recorridos guiados, señalética y programas de memoria, se sustentan en la base metodológica y patrimonial que el profesor Campos Vega consolidó a lo largo de esos años. Su trabajo abrió un camino que hoy continúa inspirando nuevas iniciativas.


Recreacionismo histórico y colaboración ciudadana

En esta nueva edición, la Ruta del Patrimonio Funerario contará con la participación de jóvenes recreacionistas de la Agrupación Histórica de la Antigua Provincia de Coquimbo, quienes darán vida a personajes y escenas inspiradas en relatos reales, investigaciones documentales y memorias orales. Su presencia aporta una dimensión visual y emocional al recorrido, acercando al público a los protagonistas del pasado local: maestros, inmigrantes, pioneros, mujeres olvidadas y benefactores de la ciudad.

La actividad cuenta además con el respaldo de la Fundación Patrimonio Histórico y Natural de Chile, entidad que promueve la conservación de bienes materiales e inmateriales del país. junto con el auspicio de PlanSerena.cl, refuerza el compromiso con la autogestión y la producción independiente de contenidos patrimoniales, sin dependencia de fondos públicos o programas corporativos.


Una apuesta por el turismo cultural y la educación patrimonial

Más que un recorrido, la Ruta del Patrimonio Funerario se propone como una herramienta educativa y de sensibilización ciudadana. En cada estación se abordan aspectos arquitectónicos, simbólicos y sociales del cementerio: desde la iconografía funeraria y la evolución de los materiales hasta la lectura interpretativa de epitafios y esculturas.


“El cementerio es un museo al aire libre, una lección viva de historia y de humanidad. Comprenderlo es también comprendernos”, explica Campos Vega, quien destaca la importancia de integrar a las nuevas generaciones en estas prácticas de memoria activa.

 

El recorrido se desarrolla con un guion interpretativo patrimonial, diseñado para provocar reflexión y respeto, pero también curiosidad y sentido de pertenencia. 


La Serena como destino cultural y patrimonial

Este proyecto reafirma la visión de Raúl Campos Vega: posicionar a La Serena como una ciudad patrimonial y cultural, más allá del turismo estacional. Su enfoque propone diversificar la oferta turística de la región mediante experiencias de alto contenido histórico y artístico, impulsadas desde la comunidad y la autogestión. Mientras otras organizaciones dependen de financiamientos de Corfo o de licitaciones municipales, el profesor ha logrado sostener una red de proyectos, PlanSerena, RetroTour, Tertulias Patrimoniales, Rutas del Patrimonio Funerario, Y el Museo Itinerante del patrimonio filatélico y el arte postal, que funcionan como un laboratorio ciudadano para la revitalización y puesta en valor del territorio.


Cómo participar

La Ruta del Patrimonio Funerario en el Cementerio General de La Serena se realizará este miércoles 29 de octubre a las 18:00 horas, con acceso gratuito y cupos limitados. Para participar, las y los interesados deben inscribirse previamente completando el formulario disponible en línea en el siguiente enlace:

El punto de encuentro será la entrada principal del Cementerio General de La Serena, a las 18:00 horas. Se recomienda asistir con ropa cómoda, abrigo ligero y disposición para vivir una experiencia nocturna única, que une historia, arte y memoria bajo la conducción del profesor Raúl Campos Vega.



lunes, 27 de octubre de 2025

La histórica bomba a vapor de Bomberos de La Serena vuelve a la vida



En una jornada cargada de emoción y orgullo ciudadano, el Cuerpo de Bomberos de La Serena conmemoró su 151° aniversario frente al edificio de la Delegación Presidencial Regional (antigua Intendencia), con la esperada presentación de su joya patrimonial más preciada: la bomba a vapor “Merryweather” (1878), completamente restaurada por ASMAR Valparaíso gracias al apoyo del Fondo de Mejoramiento Integral de Museos, entregado por el Servicio Nacional del Patrimonio Cultural.


La ceremonia reunió a autoridades regionales, representantes de ASMAR, delegaciones bomberiles y público general, marcando un hito histórico y cultural para la región de Coquimbo, al enlazar más de un siglo y medio de historia institucional con una de las piezas mecánicas más valiosas del patrimonio bomberil chileno.


El Cuerpo de Bomberos de La Serena fue fundado el 25 de octubre de 1874, pocos días después del incendio que destruyó la tienda Scurra Hermanos y conmocionó a la ciudad. El siniestro motivó al alcalde Antonio Herreros y al intendente Francisco Vicuña a convocar a los vecinos en los salones de la antigua Intendencia para fundar una institución voluntaria de servicio y disciplina. Entre los primeros integrantes figuraban José Ramón Astaburuaga, Valentín Magallanes y Emilio Crisólogo Varas, cuyos nombres aún resuenan como pilares de una tradición que hoy cumple 151 años.

“Esta bomba representa el espíritu de los primeros voluntarios. Es el testimonio de una ciudad que, incluso en el siglo XIX, ya entendía que la solidaridad y la cooperación eran la base de toda comunidad”, señaló el Superintendente del Cuerpo de Bomberos de La Serena durante la ceremonia.

 

La bomba “Merryweather”: tecnología Victoriano del siglo XIX

Fabricada en Londres en 1878 por la casa británica Merryweather & Sons, la bomba a vapor de La Serena fue uno de los primeros equipos mecanizados adquiridos por el cuerpo de bomberos local. Su llegada marcó un punto de inflexión en la lucha contra incendios, sustituyendo los antiguos carros manuales por una tecnología de caldera a carbón y bombeo hidráulico, capaz de lanzar agua a más de 40 metros de distancia.



La firma Merryweather & Sons, fundada en el siglo XVIII, fue pionera mundial en la fabricación de bombas a vapor portátiles y carretas tiradas por caballos, con modelos exportados a Europa, India, Australia y Sudamérica. Sus máquinas, de estructura metálica, válvulas de bronce y ruedas de madera reforzadas en hierro, representaban el punto más alto de la ingeniería victoriana aplicada al servicio público.


Cada bomba Merryweather era una obra de ingeniería artesanal. Su caldera vertical, alimentada a carbón, generaba la presión suficiente para bombear grandes volúmenes de agua desde estanques o pozos. Su diseño elegante, con ruedas curvadas, detalles dorados y tipografía victoriana, convertía a cada ejemplar en un símbolo de orgullo institucional. En apenas diez minutos, una bomba podía estar operativa, impulsando agua a gran altura: una verdadera revolución tecnológica para su tiempo.


Las bombas Merryweather cruzaron los mares hacia América Latina a partir de 1870. En Chile, su llegada marcó el inicio de la profesionalización del servicio. La Tercera Compañía de Bomberos de Santiago adquirió una en 1876, construida en 1875, por un valor de 10 200 pesos de la época y con una capacidad de 1 640 litros por minuto. Años más tarde, otras unidades seguirían su ejemplo: La Serena (1878), Valparaíso, Dalcahue y otras ciudades del país incorporaron modelos similares, hoy reconocidos como auténticas piezas de arqueología industrial.



Por su fiabilidad y resistencia, muchas de estas máquinas fueron bautizadas con afecto por los voluntarios. La más célebre es la llamada “Tía Merryweather”, conservada en la sede central de Bomberos de Chile, una reliquia metálica que aún luce su placa original londinense. En 2023, la institución lanzó el proyecto “Tía Merryweather: rescate de la historia de las primeras bomberas”, con el objetivo de poner en valor estas máquinas como patrimonio fundacional del voluntariado chileno y como símbolo del espíritu de servicio que unió a hombres y mujeres en torno al fuego.


Restauración integral a cargo de ASMAR


El proceso de restauración de la bomba serenense fue ejecutado en los talleres de ASMAR Valparaíso, tras un convenio de colaboración con el Cuerpo de Bomberos. Durante más de seis meses, un equipo multidisciplinario de técnicos metalúrgicos, restauradores patrimoniales y voluntarios locales trabajó en la reconstrucción integral de la estructura, respetando cada pieza original de 1878.



El trabajo incluyó la reparación completa de la caldera de cobre y de las válvulas de presión, además de la sustitución artesanal de las ruedas de madera curvada, conservando la forja de hierro original. Se realizó una limpieza y pulido exhaustivo de los elementos de bronce, muchos de ellos corroídos por el tiempo, y una restauración detallada de los emblemas pintados y la tipografía victoriana que decoran la estructura. Finalmente, la bomba fue terminada con la aplicación de pintura ignífuga en los colores institucionales burdeos y dorado, recuperando su aspecto histórico y su elegancia mecánica original.


El costo estimado de la restauración bordea los 30 millones de pesos, financiados por el Cuerpo de Bomberos de La Serena, ASMAR, y el Servicio Nacional del Patrimonio Cultural.

“Este trabajo es un ejemplo de colaboración entre instituciones. Recuperar una pieza de 1878 no solo implica técnica, sino también respeto por la historia”, destacó un representante de la 5ª Compañía “Bomba La Serena” durante el acto.

 

La 5ª Compañía y la defensa del patrimonio bomberil


La 5ª Compañía “Bomba La Serena” ha sido la guardiana natural de esta pieza desde comienzos del siglo XX. 
Su compromiso con la preservación de la memoria bomberil ha sido fundamental para mantener viva la historia de los voluntarios y su equipamiento. La compañía impulsa, además, un Museo Bomberil propio, donde se conservan uniformes antiguos, cascos, herramientas de bronce, carros motorizados Mack (1951) y documentos originales de los primeros años del servicio.

“Preservar esta bomba no es un acto de nostalgia, es una forma de enseñar historia con el corazón. Cada válvula, cada rueda, nos recuerda que el patrimonio no está solo en los libros, sino en las manos de quienes deciden conservarlo”, expresó uno de sus directores.

 

El momento más emotivo de la jornada ocurrió cuando los voluntarios activaron la válvula principal de la bomba y una columna de vapor se elevó en el aire, acompañada por el característico silbido metálico del siglo XIX. El público aplaudió de pie: la historia volvía a latir en el mismo lugar donde había nacido hace 151 años.


Un símbolo que respira memoria

Con la restauración de la “Merryweather”, el Cuerpo de Bomberos de La Serena no solo recupera un objeto mecánico, sino que reafirma su rol como guardián del patrimonio ciudadano, honrando a generaciones de voluntarios que entregaron su tiempo, esfuerzo y vida por el bienestar de la comunidad.


Hoy, las bombas Merryweather son consideradas monumentos mecánicos: cada una resume una historia de progreso, sacrificio y comunidad. Representan el paso de la tracción humana a la potencia del vapor, y con ello, la modernización de los servicios públicos en el Chile republicano del siglo XIX. Su restauración no es un gesto simbólico: es la confirmación de que la historia también se mantiene viva en los talleres, en las manos y en el corazón de quienes la restauran.